AVISO: este post no trata de escalada ni nada relacionado con la montaña.
En un remoto monasterio, situado en una remota montaña de un remoto país, habitaban unos monjes dedicados en cuerpo y alma a lo que sea que hacen los monjes en un monasterio que está a tomar por culo de cualquier sitio habitado. Teniendo en cuenta que todos eran tíos, y que tenían un rebaño de cabras y varias gallinas, se pueden hacer ustedes una idea.
Un hermoso atardecer, el Maestro Bruslí de Todos los Santos estaba levitando como solía hacer en los atardeceres hermosos, fundiéndose con el Universo en busca de respuestas a alguna de sus preguntas: "¿Por qué Espinete se vestiría para dormir, si se pasaba todo el día en bolas?", "¿Cómo pueden ser tan puercos los que salen en los anuncios de productos de limpieza para el baño y la cocina?", "¿Bolleré o Smoking?".
Sus pensamientos fueron interrumpidos por una algarabía procedente del patio. Un grupo de jóvenes discípulos se acercaban riendo y saltando como lindas mariposas.
-"Se me está llenando el cortijo de moñas", pensó con tristeza. "Con lo que yo he sido..."
-¡Maestro!, ¡Maestro!, cuéntanos una historia.
-¿Queréis que os cuente una historia?
-¡Sí, sí!, ¡por favor Maestro!
Bruslí aspiró profundamente. Muy profundamente. Conteniendo la respiración, fue mirando a los ojos uno a uno a sus discípulos. Después de lo que parecieron siglos, soltó el aire muy despacio y dijo: "buena mierda". Y sin más, comenzó su historia:
-Recuerdo que hace tiempo, creo que antes de nacer, cuando las horas perdidas, llegaban al amanecer...".
En un remoto monasterio, situado en una remota montaña de un remoto país, habitaban unos monjes dedicados en cuerpo y alma a lo que sea que hacen los monjes en un monasterio que está a tomar por culo de cualquier sitio habitado. Teniendo en cuenta que todos eran tíos, y que tenían un rebaño de cabras y varias gallinas, se pueden hacer ustedes una idea.
Un hermoso atardecer, el Maestro Bruslí de Todos los Santos estaba levitando como solía hacer en los atardeceres hermosos, fundiéndose con el Universo en busca de respuestas a alguna de sus preguntas: "¿Por qué Espinete se vestiría para dormir, si se pasaba todo el día en bolas?", "¿Cómo pueden ser tan puercos los que salen en los anuncios de productos de limpieza para el baño y la cocina?", "¿Bolleré o Smoking?".
Sus pensamientos fueron interrumpidos por una algarabía procedente del patio. Un grupo de jóvenes discípulos se acercaban riendo y saltando como lindas mariposas.
-"Se me está llenando el cortijo de moñas", pensó con tristeza. "Con lo que yo he sido..."
-¡Maestro!, ¡Maestro!, cuéntanos una historia.
-¿Queréis que os cuente una historia?
-¡Sí, sí!, ¡por favor Maestro!
Bruslí aspiró profundamente. Muy profundamente. Conteniendo la respiración, fue mirando a los ojos uno a uno a sus discípulos. Después de lo que parecieron siglos, soltó el aire muy despacio y dijo: "buena mierda". Y sin más, comenzó su historia:
-Recuerdo que hace tiempo, creo que antes de nacer, cuando las horas perdidas, llegaban al amanecer...".
-Maestro, eso es de Los Suaves.
-A veces llega un momento en qué, te haces viejo de repente, sin arrugas en la frente...
-Celtas Cortos. Al grano Maestro.
-Vale, vale, listillos. En una ciudad muy lejana del Lejano Oriente, sus orientales ciudadanos vivían en paz y armonía. La inmensa mayoría de sus habitantes consumía opio a diario. Había dos camellos que manejaban todo el cotarro: Mahihuano y Pedrolo, que eran enemigos irreconciliables.Tenían una especie de pacto de no agresión entre ellos y se repartían el negocio cada 4 años.
Pocos sabían que en realidad, ambos camellos pertenecían a la misma organización criminal, dirigida desde otro país lejano por banqueros. Los mismos banqueros que prestaban dinero a la población para comprar opio.
Durante muchos, muchos años, todo fue relativamente bien. La población estaba razonablemente satisfecha con la calidad y la cantidad que les vendían. Sabían de sobras que como buenos camellos, siempre les engañaban, pero lo aceptaban sin rechistar. Las cosas siempre habían sido así. Y además eran tiempos de bonanza económica y podían comprar todo el opio que quisieran: los bancos les daban créditos con mucha facilidad.
Pero llegaron tiempos difíciles: pésimas cosechas, inundaciones, políticos corruptos y ladrones que saqueaban las arcas públicas... El dinero empezó a escasear y los bancos cortaron el crédito de repente. Los dos camellos empezaron a recortar las dosis y a adulterarlas hasta límites insospechados con todo tipo de productos: matarratas, amoniaco, whisky Carrefour... Pero el pueblo lo necesitaba y a pesar de todo, tenían que seguir comprando.
Un día, un estudiante de enfermería que se había ido de Erasmus hacía muchos años y que terminó la carrera en el extranjero y encontró trabajo y ya se quedó y le dijo a la madre que ya si eso volvería por Navidad y al final no volvió, regresó.
No salía de su asombro al comprobar cómo había cambiado todo y cómo vivían los habitantes de su ciudad de nacimiento: la pobreza se veía a cada paso que daba y el opio de pésima calidad había hecho estragos en los consumidores.
Preguntó a algunos ciudadanos qué es lo que ocurría y le pusieron al corriente de cómo Marihuano y Pedrolo estaban acabando con ellos poco a poco. Él les contó que en la ciudad de la que venía, había otro camello. Que era más joven, recién llegado al negocio. Con un aspecto un poco raro y con ideas algo alocadas, pero que al menos era un cambio. Que allí ya tenía muchos clientes y que podían probar a comprarle a él. Que aquí les estaban envenenando lentamente. Y que mucho peor que ahora no iban a estar.
Los que le escuchaban se echaron las manos a la cabeza y muy exaltados, le gritaron: "¡Pero qué dices, insensato!, ¿comprarle a ese? ¿te crees que estamos locos?. ¡A saber qué mierda nos vendería!".
El enfermero no salía de su asombro. No entendía cómo podían permitir que les robaran, les hundieran en la miseria más absoluta, les vendieran veneno y siguiesen comprando a los mismos camellos. Que tuviesen tanto miedo a un simple cambio.
Miró con tristeza a sus antiguos vecinos y sin decir ni una palabra, se giró y comenzó a andar, alejándose para siempre de la ciudad que le vio nacer.
-¿Cuál es la moraleja de esta historia?, ¡Oh, Maestro sapientísimo!.
-Que abusar de las drogas es malo y que hasta un estudiante de Primero de Adicciones sabe que no te puedes fiar de ningún camello. Que si uno te engaña, debes buscar otro.
Pero sobre todo y por encima de todo, que más mala que la droga es la incultura, el conformismo y el miedo que convierten al pueblo en borregos manejados a placer por banqueros y gobernantes. Y si no, que se lo pregunten a nuestras cabras. Aaaaaaay Lucera cuando te coja...
NOTA: en la redacción de este post no se ha abusado en exceso de ningún tipo de drogas y por supuesto no se ha abusado de ninguna cabra.
-Vale, vale, listillos. En una ciudad muy lejana del Lejano Oriente, sus orientales ciudadanos vivían en paz y armonía. La inmensa mayoría de sus habitantes consumía opio a diario. Había dos camellos que manejaban todo el cotarro: Mahihuano y Pedrolo, que eran enemigos irreconciliables.Tenían una especie de pacto de no agresión entre ellos y se repartían el negocio cada 4 años.
Pocos sabían que en realidad, ambos camellos pertenecían a la misma organización criminal, dirigida desde otro país lejano por banqueros. Los mismos banqueros que prestaban dinero a la población para comprar opio.
Durante muchos, muchos años, todo fue relativamente bien. La población estaba razonablemente satisfecha con la calidad y la cantidad que les vendían. Sabían de sobras que como buenos camellos, siempre les engañaban, pero lo aceptaban sin rechistar. Las cosas siempre habían sido así. Y además eran tiempos de bonanza económica y podían comprar todo el opio que quisieran: los bancos les daban créditos con mucha facilidad.
Pero llegaron tiempos difíciles: pésimas cosechas, inundaciones, políticos corruptos y ladrones que saqueaban las arcas públicas... El dinero empezó a escasear y los bancos cortaron el crédito de repente. Los dos camellos empezaron a recortar las dosis y a adulterarlas hasta límites insospechados con todo tipo de productos: matarratas, amoniaco, whisky Carrefour... Pero el pueblo lo necesitaba y a pesar de todo, tenían que seguir comprando.
Un día, un estudiante de enfermería que se había ido de Erasmus hacía muchos años y que terminó la carrera en el extranjero y encontró trabajo y ya se quedó y le dijo a la madre que ya si eso volvería por Navidad y al final no volvió, regresó.
No salía de su asombro al comprobar cómo había cambiado todo y cómo vivían los habitantes de su ciudad de nacimiento: la pobreza se veía a cada paso que daba y el opio de pésima calidad había hecho estragos en los consumidores.
Preguntó a algunos ciudadanos qué es lo que ocurría y le pusieron al corriente de cómo Marihuano y Pedrolo estaban acabando con ellos poco a poco. Él les contó que en la ciudad de la que venía, había otro camello. Que era más joven, recién llegado al negocio. Con un aspecto un poco raro y con ideas algo alocadas, pero que al menos era un cambio. Que allí ya tenía muchos clientes y que podían probar a comprarle a él. Que aquí les estaban envenenando lentamente. Y que mucho peor que ahora no iban a estar.
Los que le escuchaban se echaron las manos a la cabeza y muy exaltados, le gritaron: "¡Pero qué dices, insensato!, ¿comprarle a ese? ¿te crees que estamos locos?. ¡A saber qué mierda nos vendería!".
El enfermero no salía de su asombro. No entendía cómo podían permitir que les robaran, les hundieran en la miseria más absoluta, les vendieran veneno y siguiesen comprando a los mismos camellos. Que tuviesen tanto miedo a un simple cambio.
Miró con tristeza a sus antiguos vecinos y sin decir ni una palabra, se giró y comenzó a andar, alejándose para siempre de la ciudad que le vio nacer.
-¿Cuál es la moraleja de esta historia?, ¡Oh, Maestro sapientísimo!.
-Que abusar de las drogas es malo y que hasta un estudiante de Primero de Adicciones sabe que no te puedes fiar de ningún camello. Que si uno te engaña, debes buscar otro.
Pero sobre todo y por encima de todo, que más mala que la droga es la incultura, el conformismo y el miedo que convierten al pueblo en borregos manejados a placer por banqueros y gobernantes. Y si no, que se lo pregunten a nuestras cabras. Aaaaaaay Lucera cuando te coja...
NOTA: en la redacción de este post no se ha abusado en exceso de ningún tipo de drogas y por supuesto no se ha abusado de ninguna cabra.